Violencia y representación

Solidez maleable

Crónica del Encuentro de Reflexión e Intercambio: Violencia y representación, acontecida en el marco de la 43 Muestra Nacional de Teatro, en Guadalajara, Jalisco.

Isabel Yáñez


Recuerdo la primera vez que me fijé en las manos de mi mamá. Trato de escarbar en la arena. Me concentro. Pienso en ese día que sirvió decenas de platos de huevo en salsa roja. Aproveché que me encargó sostenerle los platos para observar el movimiento repetitivo, obligadamente mecánico. Era el funeral de mi primo, mi primo asesinado en un asalto. Pienso en otras manos: las de mis tías apuradas en la preparación de la comida que se serviría por la tarde. En la forma de sostener un cuchillo, en la danza que lleva al corte de una zanahoria, en las percusiones de las tablas, platos o mesa. Siento como la energía se concentra en mi mano derecha. El esfuerzo memorioso es interceptado. Sara Pinedo nos indica: Hay que empezar a preparar para que alcancemos a comer. De eso se trata el Encuentro, de preparar la comida y compartirla, mientras escuchamos las historias de quienes buscan a su familiares desaparecidos. 


Encontrarnos para cocinar(les).

La mesa se divide en dos áreas de preparación: una para las guacamayas de la señora Carmen y otra para la ensalada de atún a la familia Uscanga. 

Prepararemos guacamayas porque, junto a las enchiladas, son el platillo favorito de Óscar Benjamín, hijo de la señora Carmen, desaparecido el 31 de mayo del 2018. Su madre y sus cuatro hijos le siguen esperando en casa.

Prepararemos ensalada de atún porque el padre de Pita Zapot se la preparaba constantemente a su hermano, desaparecido en octubre del 2015, en Alvarado,Veracruz.  

El número de jitomates, cebollas, cilantro, limones, chiles y pepinos me recuerda los días de mercado. El momento en que las bolsas de malla plástica, de rebosantes y vívidos colores invaden cada grieta de la casa, como si se llenara toda de gozo. Hay algo en este momento, en este entorno y en esto que escucho que me hace pensar en mi hogar.

Obedezco, tomo el cuchillo y con la contundencia del recuerdo, separo en cachitos un jitomate. Luego otro y después uno más hasta que el montón de cubitos rojos ocupa mayor espacio en la tabla. Me levanto del asiento que ocupo en el convite y con muchísima cautela me acerco a la olla de barro grande en la que ahora se reúnen todos los ingredientes.


Escucho las voces de Pita Zapot, Sara Pinedo, Erandi Rojas, Héctor Flores y Clarisa Moura. Me fijo en las tesituras, en las palabras y en los pequeños ahogos. Después de cortar cuatro jitomates vienen las cebollas y para el momento en que despojo con cuidado esa primera capa, siento que la finitud de mi piel se vuelve porosa, se evapora algo en mí. El compromiso con la encomienda lo tomé muy en serio. Cuando Pita en un tono más bajo del que estaba usando comentó que sería la primera vez en mucho tiempo que prepararía este platillo, en mi columna se erigió una varilla de acero, procuré el temple, alisté roble disposición. Recordé a mi padre diciéndome: si tod_s lloran, ¿quién va a resolver las cosas?

 

Papá, ¿no has pensado que se pueden hacer ambas?

Se habla de duelo y de sostener con el cuidado, se habla de un acto de esperanza voraz, un aliento entrecortado e inclemente. Héctor nos comparte que viene de identificar cráneos y dientes en el SEMEFO, sin resultados favorecedores a la búsqueda de su hijo. Reflexiona con agudeza y desamparo: Ustedes nos ven en las marchas y nos ven solos. ¿Dónde están nuestras familias?

Pienso en esa parte de mi poema favorito y me atrevo a intervenirlo: La desgracia es espectáculo que algunos no quieren contemplar.1

A partir del entramado entre anécdota, análisis y crítica social, en el entorno se explicita la escucha y la empatía. Preciso que lo que crece dentro de mí se replica en quienes nos rodean: un generoso compromiso con lo que se construye. Nos involucramos para sostener y acompañar. Escuchar para cuidar.


Hay otro elemento importante: el territorio en el que estamos. Jalisco es el estado con mayor número de desapariciones forzadas en todo el país. La cifra es de 14 mil 956 personas. El 70 por ciento de las familias con integrantes desaparecidos nunca encontrará un cuerpo. 


El volumen de ingredientes aumenta con rapidez y quienes conformamos la responsabilidad de cocinar asumimos un ritmo en común. Nos preguntamos qué hace falta, con voz calmada y templada, como si estuviéramos caminando en el borde del risco. Y aunque la sensación es inquietante, persiste una extraña tranquilidad, nos envuelve y contiene un marco de seguridad y confianza. Nadie nos forzó a la participación, tuvimos la alternativa de decidir el lugar que ocuparíamos. Se mencionaron las reglas del juego con claridad y rigor. En el aire se suspende luminoso el acuerdo general de consentimientos y de escucha activa. Estamos tod_s involucrados, reunimos energías para convocar a quienes no están y también, para continuar con su búsqueda. Depositamos esas dudas y esos miedos al centro de la mesa y los destazamos para que repartidos no se sientan tan imponentes ni voraces. Para que podamos digerirlos. Congregarse a la mesa, repartir el pan, rodear el fuego. Este marco de acción y cuidado es una de las formas más poderosas de abordar esa corriente dolorosa y violenta que nos ahoga todos los días.

 

Hay puertas que se tocan mucho más fuerte si lo hacemos de manera colectiva.2

 

Sara mezcla lo preparado para las guacamayas y Pita la ensalada de atún. Escucho el sonido del jugo de limón y la mayonesa cubriendo y unificando: todo sirve de ambientación. Pienso que recordaré poco de este momento y me regaño con premura por sólo fijar en mi memoria detalles, como que los cuchillos estaban rigurosamente afilados, que Pita juntó toda el agua del atún en un contenedor transparente, que el cilantro traía unos tallos con flores, que Erandi se peinó de trenza o como que ese día el sol se sentía refrescante porque el aire estaba frío.

Pita ha estado probando la sazón de la ensalada, hay algo que la hace apartarse de la cazuela. Estoy pensando que estamos en el momento de servir y repartirla en tostadas, Pero hay algo, un dejo de miedo, de respeto inmovilizante o de sobre cuidado que no me permite tomar la iniciativa. Es hasta que Simón me pregunta si ya es hora. Yo titubeó y decidimos mejor preguntarle directamente a Pita. Ella dice que sí. Entonces, ocupo el aparente lugar de mi madre: el del acero. La rectitud me supone soporte y control. Me sitúo en mi posibilidad de continuar sin modificaciones. Tomo la cuchara de madera. Embisto al reto de sostener. Introduzco la cuchara a la mezcla cargada de afecto y dolores. Comienzo a servir, reparto generosamente, ni tan poquito pero tampoco demasiado, para que nos toque a tod_s. Alguien se une a la acción y juntas establecemos un plan. Ella pondrá las tostadas en servilletas y yo las llenaré de ensalada. Simón reparte, alguien más se une a repartir. Establecimos un sistema. Apenas puedo saborear el control y la constancia cuando a mis manos las domina el temblor.


¿Qué es lo que se ha evaporado de mí que no me permite invocar solidez? Y convertida en fluido incapaz de sostenerse, la cara se empapa de lágrimas. Pero sigo sirviendo, llenando cada una de las tostadas de ensalada de atún. Entiendo que esto me trasciende y estoy tranquila con eso, continúo con el movimiento mecanizado. Una vez que están servidas suficientes tostadas, tengo la oportunidad de probar la preparación. El cuerpo se vuelve pesado, pienso los movimientos consecuentes, me detengo en cada uno. Los hago con calma. Alrededor la contención y la denuncia han tomado protagonismo. Clarisa regala un halo de esperanza: Que el horror no nos paralice. Entiendo a mi mamá y sus movimientos mecanizados, entiendo mi deseo de picar cuanta cebolla se me hubiera puesto enfrente, entiendo el deseo de evocar solidez para poder sostener a quienes también participan en este encuentro. Entiendo por qué seguir cocinando, por qué es importante mantener la receta intacta. Entiendo y se profundiza la acción, deseo mantener este vínculo con la escucha y la responsabilidad. Puedo vislumbrar un posible lugar en este territorio del despojo, el miedo y la indignación: el del encuentro que deviene en movilización, el de la escucha dispuesta como acto de resistencia y liberación.  


Violencia y representación en el marco del Encuentro de Reflexión e Intercambio, día 2: Trabajar con lo real.

Participan: Sara Pinedo, Estudios en campo; Pita Zapot, Días y flores; Erandi Rojas, A lo mejor te encuentro; Clarisa Moura, Recetario para la memoria; Héctor Flores, Colectivo Luz de Esperanza.

Sábado 11 de noviembre del 2023. 12:00h. Duración 90 minutos.

Patio del archivo del Edificio Arroniz.


Fotografías de Raúl Kigra