Pantone.
El color que nos define
Entrevista previa a la presentación del montaje
PANTONE EL COLOR QUE NOS DEFINE
Reproducir desde la superficie
Enrique Arroyo
Al llegar la audiencia a la sala tres miembros de la compañía aleatoriamente formulan, entre otras, las siguientes preguntas:¿Crees que México es racista? ¿Qué es el racismo? Antes de iniciar la función estas personas se integran a la escena junto a dos actuantes más. Sobre el tablado una de las participantes está colocada en posición de la escultura mesoamericana del Chac Mool.
Pantone. El color que nos define, es un trabajo del Colectivo Área 51 originario de Xalapa, Veracruz, cuyo espacio celebra su primera década de existencia. El montaje está dirigido por Mario Espinosa y parte de entrevistas realizadas a más de cuarenta personas. En éstas se recuperan algunas discusiones en torno del racismo, que a través de la dramaturgia de Ana Lucía Ramírez, dan cuenta de ocho ámbitos de exploración: intersecciones con el clasismo, definiciones, importancia de la representación mediática, racialización, blanqueamiento, privilegios, así como las posibles rutas posteriores al debate.
El espacio está organizado a partir de tres tarimas de madera movibles y un telón de fondo blanco que sirve de pantalla para proyectar nombres, ocupaciones y en algunos casos nacionalidades de quienes dieron sus testimonios. El ejercicio escénico constituye una representación documental, con los recursos de la técnica verbatim, que según se explica en el programa de mano, consiste en que las voces de las personas entrevistadas sean escuchadas en tiempo real por cada intérprete, con la ayuda de audífonos, para ser reproducidas con la mayor fidelidad en lo que se dice, la respiración, la cadencia y un acercamiento a su tono original.
El experimento consigue aparentemente la literal expresión de los vocablos, pero los acentos, la respiración, tono y cadencias resultan artificiales y estereotipados. Los esfuerzos infructuosos por transmitir los acentos de las distintas regiones de las que provienen los hablantes y un manejo gestual y corporal, que al no asumirse con rigor y llevarse a sus últimas consecuencias (o bien dejarse en la neutralidad), acaban en parodia, lo que refuerza más que combatir la discriminación. Este fenómeno hace pensar que los prejuicios y estereotipos con los que percibimos a los grupos discriminados, están arraigados de tal modo que si no se deconstruyen con cuidado, corren el riesgo de expresarse en forma inercial.
La elección de borrar las corporalidades originales, los tonos de piel y los matices de quienes dieron su testimonio, deriva en paradojas. Por ejemplo, las personas pertenecientes a pueblos originarios, como la familia otomí a la que se alude, se hace presente con un acento y gestos afectados de manera que se enfatiza más una idea de inferioridad, que el complejo fenómeno de una cultura ancestral sometida y forzada a encajar en otra. Otro ejemplo a destacar es el tratamiento de la comunidad LGBTQIA+, representada aquí por el creador escénico César Enríquez, quien tiene en el conjunto de testimonios un papel preponderante. Se le imita con una afectación caricaturezca, lo que reproduce los prejuicios en torno de la problemática sobre la que diserta, más que cuestionarlos o desarticularlos.
La escena inicial que busca comprimir en una sucesión de frases y palabras una antología de la discriminación, aunada a algunos testimonios que incluyen insultos y discursos ofensivos con objeto de denunciarlos, llegan a la audiencia en un contexto que puede ofender a minorías y personas racializadas más que representarlas en sus dilemas.
Durante los ocho cuadros que componen la propuesta, el movimiento escénico es mínimo y aleatorio, predominan los trazos frontales en proscenio, hacia el fondo y en el centro. No es claro el papel que este manejo implica dentro del discurso o cuál sería su significado. ¿El privilegio de la blanquitud se mueve a la par que el orgullo por pertenecer a una minoría racial? La idéntica disposición escénica de las plataformas de madera, para ambos momentos temáticos, así lo codifica en el montaje. El acomodo y reacomodo de las plataformas parece limitarse a imprimir dinamismo y ligereza al curso de la obra.
La pertinencia temática que presenta el grupo veracruzano es innegable. Las buenas intenciones de poner sobre la mesa un tópico importante, invita a cuestionar si la técnica utilizada no deviene en apropiación de un discurso y si la blanquitud predominante en la dirección y la mayoría del elenco -tres de las cinco presencias sobre las tablas- no posiciona una contradicción irresoluble. ¿Cómo hablar desde lo testimonial de una problemática que implica el cuerpo, sin atravesar la corporalidad de los entrevistados? Si bien es válido enunciarse desde una preocupación genuina y como un acto de solidaridad con las víctimas, esto no es suficiente para que la puesta resuelva sus incongruencias internas. En el momento histórico en que vivimos, en que los espacios de representación de las minorías están siendo reclamados y tomados por ellas mismas, usar tales lugares para reproducir sus testimonios despierta preguntas. Llevar a escena los testimonios de grupos discriminados de esta manera ¿Es una eficiente manera de acompañarles?
El montaje concentra una mayoría de declaraciones de figuras del medio artístico, intelectuales, investigador_s y comunicador_s, de modo que se limita a una comunidad insuficientemente representativa. Hay un desequilibrio entre las clases sociales, ocupaciones y roles de las personas entrevistadas y el universo de discriminación a visibilizar.
Pantone… deja muchas preguntas abiertas. En el montaje las referencias mesoamericanas (como la figura de Chac Mool o la voluminosa cabeza Olmeca que aparece hacia el final del acto) funcionan como difusos referentes histórico-geográficos de nuestras raíces. Dado su posicionamiento en la escena ilustran el rechazo burlón al que son sometidas muchas personas con tales características físicas.
Mostrar, solo mínimamente que como intérpretes se habita el conflicto y cuestionamiento de ser y/o tener actitudes racistas resulta insuficiente, pues no queda claro cómo se han responsabilizado de ello.
Tal como lo enuncia Elia Velásquez, testimonio final del montaje y única voz que la obra presenta sin intermediación del verbatim: ojalá nos caiga el veinte y desmontemos nuestras actitudes y comportamientos racistas.
Este montaje evidencia la necesidad de profundizar en torno a la presentación y representación del racismo, las técnicas y decisiones creativas que se toman para ello, así como si éstas se contraponen o no con los propósitos planteados.
Pantone
Dramaturgia: Ana Lucía Ramírez
Dirección: Mario Espinosa
Con: Karina Eguía, Austin Morgan, Patricia Estrada, Maritza Soriano y Karina Meneses.
Escenografía: Iván Ontiveros
Iluminación: Sergio López Vigueras
Vestuario: Ángela Eguía
Edición de audios: Pere Mass y David Ike
Apoyo vocal y diseño sonoro: Ana Pau Reyes
11 de noviembre de 2023
Teatro Alarife Martín Casillas
Duración: 70 minutos
Fotografías de Danaé Kotsiras, Raúl Kigra y Enrique Gorostieta