Revancha

Rehabilitar en comunidad.

Carlos López Díaz


El desgaste del tejido social en México en los últimos 20 años ha llevado al país a padecer una crisis de alto consumo de drogas. Según datos del Observatorio Mexicano de Salud Mental y Adicciones, 167 mil 905 personas solicitaron en el año 2022 un tratamiento por consumo de sustancias psicoactivas en centros públicos y privados especializados. Sin embargo, es probable que el número de personas atendidas sea más alto por la proliferación de instituciones privadas que no siempre reportan sus estadísticas.

El objetivo de estos lugares es proporcionar un espacio de desintoxicación para la persona adicta, donde se brinda terapia individual y grupal, en periodos de confinamiento que pueden variar según el avance de lxs internxs. Esto implica la convivencia y el cumplimiento de las mismas tareas con otras personas en las mismas condiciones, con las que se comparten secretos.

Revancha, obra de la compañía Abemvs Teatro, escrita y dirigida por Cut López, nos presenta a cuatro actores (Carlos Urias, Iban Eskorbuto, Germán Navarro y el propio Cut López) que interpretan cada uno a cuatro jóvenes en rehabilitación. Este montaje parte de un trabajo realizado por la compañía en la institución CIDA A.C. ubicada en Hermosillo, Sonora. La obra fue concebida para ser representada dentro del centro rehabilitador, con la participación de un grupo de confinados. Debido a una beca de apoyo a la creación el esfuerzo ha continuado en el exterior con un elenco de actores.

Raúl, Carlos, Yoxa y Rafa nos dan la bienvenida al centro, al que ahora llaman casa. Como buenos anfitriones, ofrecen un recorrido para mostrarnos dónde viven: el patio, el lavadero, dormitorios, bitácora y la sala.  Esas habitaciones conforman lo que será su mundo por tiempo limitado. Las actividades diarias son limpiar sus recámaras y lugares comunes, lavar la ropa, hacer de comer, conversar y dormir. Visten un uniforme de sudadera y pants en tonos claros, que hace juego con las paredes blancas del lugar. Esto crea un ambiente extraño de calma, de paz, pero en aislamiento.  

Rafa llegó a ese sitio mediante un proceso que se hace explícito en la narración de uno de los líderes. Una mañana mientras dormía fue sustraído de su casa con violencia. Le ataron las manos por las espaldas y lo postraron contra el suelo. Estos hechos se presentan en escena con un actor que porta peluca y maquillaje de payaso, y repite una y otra vez “esto no es un secuestro”. Al ingresar al centro se le despoja de  su identidad a nuevo recluso para unificarla con los demás: prendas claras y corte a rape. Ahí deja por un tiempo de ser Rafa para convertirse en un adicto en recuperación. 

Por lo general estos centros se anuncian como instituciones de ingreso voluntario, donde el éxito o fracaso de los programas depende de la voluntad del adicto. Sin embargo, muchas veces, como en el caso de Rafa, el ingreso es forzado. Las adicciones están relacionadas con fallas en el entorno social en el que convive ¿cómo debería ser el apoyo para la su rehabilitación? ¿Debe aplicarse el forzado y humillante sometimiento o se puede elegir un camino amoroso y compasivo?

En los centros de tratamiento de adicciones es fundamental que las personas en rehabilitación se mantengan activas. De ahí que la agenda de actividades suela ser rigurosa. Nuestros anfitriones (tanto personajes como actores) se comportan en escena como una troupe de clown que por las mañanas, a ritmo de cumbia villera (¡qué manera de iniciar el día!), realizan el barrido y trapeado, para después ir a descargar las frutas y verduras de un supermercado, a cambio de la merma del día, que concluye en la preparación del alimento cotidiano para empleados e internos en grandes cazuelas. 

Este diario trajinar tiene dos testigos silenciosos, a los que la obra les destina un sitio especial, en evocación metafórica: dos frondosos árboles. Hay un rompimiento con la crudeza de la realidad y se convierten en un remanso de diversión y paz. Ellos nos cuentan sus sueños de vivir en otro lado, de ver a otros como ellos, pero aceptan con resignación su destino en el centro. Son testigos del retorno de los internos que juraron no recaer. Escuchan las promesas fatuas que hacen los adictos a sus familiares para que los saquen de ahí. Por las noches los miran en los intentos por escapar trepando por los troncos. 

La rutina de los internos no sólo implica estar ocupado todo el día, sino también los tiempos de conversación en la sala, que es, acaso, el espacio de mayor intimidad. Ahí comparten sus secretos. La manera en la que llegaron a ese sitio. Unos a otros se confían sus historias. Se  conectan y encuentran en el mismo propósito: recuperarse. Surge entonces un espíritu fraterno, que va más allá de hacer equipo. Es saberse parte de un colectivo. En escena el espacio del centro se representa con rectángulos marcados en el piso que simbolizan cada una de las áreas de la casa. 

La función fluye en la alternacia de narrativa con escenas en lenguaje corporal, que hacen de los movimientos ejecutados con rigor y expresividad por los actores, metáforas del mundo interior y las atmósferas de tedio, solidaridad y desesperación que se vive en ese limbo agónico entre el imperativo de huir de la realidad y de sí mismos o enfrentar la abstinencia.

En  el escenario ocurre una especie de ritual, en tres situaciones que los mismos internos (actores) nos explican. Primero  regalan perlas, es decir, muestran su verdad en la tribuna; sueltan: se bajan de la tribuna y dejan de lado los malos pensamientos. Espejean: se reflejan en la historia del otro. 

Este ritual se nos presenta casi al término de la obra. En una especie de iniciación dentro del centro, vemos a Cut hincarse en el proscenio del escenario. Uno de sus compañeros actores se acerca con una máquina para cortar cabello y empieza a rasurarle la cabeza. Los cabellos caen al piso. Al público ofrenda esa perla, una confesión que se enunciará al final.

Al terminar el corte, llegan los demás actores y empiezan a desvestirlo hasta dejarlo en boxers; es el momento de soltar. En ese acto no está  la violencia ejercida durante el ingreso. Hay una preocupación por hacerlo sentir protegido, una conexión fraterna derivada de un espejeo; ellos también pasaron por ahí.

Ingresan de pie a Cut en un baño de metal que contiene agua y comienzan a asearlo. Pasan los trapos mojados por su cuerpo con la delicadeza de quien limpia algo preciado y con la humildad de quien cuida a alguien en desventaja. Después los compañeros se desvisten y lo acompañan en el baño. No hay morbo en la situación, sino un saberse desprotegidos ante el mundo, pero juntos en la batalla.

La confesión, la gran perla que nos tienen preparada llega al final. Los cuatro actores, con máscaras, se acomodan en fila frente al público. Raúl, Carlos, Yoxa y Rafa nos dicen cada uno su nombre seguido de la frase “soy adicto”. Después de esto, los cuatro se despojan de las máscaras y repiten el ritual. Carlos, Ibán, Germán y Cut nos dicen cada uno su nombre, seguido de la frase “soy adicto”.

¿Qué llevó a estos jóvenes a hacer comunidad dentro de un centro de rehabilitación y no afuera? ¿Qué es lo que no han encontrado en sus familias, sus escuelas, sus trabajos que los arroja a refugiarse en una adicción? Quizás nosotrxs, lxs de afuera, también deberíamos estar en rehabilitación.


Revancha

Dramaturgia y dirección: Cut López

Elenco: Carlos Urías, Iban Eskorbuto, Rafa Haro y Germán Navarro

Asesor de dramaturgia: Ricardo Gálvez

Máscaras: Alejandro Huerta y Martín Carrillo

Presentada el sábado 18 de noviembre en el Teatro Experimental de Jalisco

Duración 75 minutos


Fotografías de Danaé Kotsiras y Enrique Gorostieta